Entrevistas

Edward O . Wilson
Sin hormigas el hombre morirá
Es una de las afirmaciones de Edward O . Wilson, «el señor de las hormigas». El científico norteamericano, 60 años dedicado a estudiar las 625 especies, alerta sobre el peligro que amenaza al hombre por su actitud depredadora

EDWARD HELMORE
ENTREGADO. Wilson vive rodeado de su mayor pasión.
Para llegar a la oficina de Edward O. Wilson en Harvard hay que pasar entre el gran número de ballenas, alcas reales (Pinguinus impennis) y dodos cubiertos de polvo del famoso museo de Historia Natural de la universidad. Tras este viaje instructivo, a través de los olores de la descomposición y de especies extinguidas, nos encontramos con uno de los grandes ecologistas del mundo, cuyos estudios sobre las hormigas, realizados a lo largo de más de 60 años, han contribuido enormemente a nuestra comprensión del comportamiento social.

El nuevo libro de Wilson, The Future of Life (El futuro de la vida) no trata solamente de las hormigas, pero éstas le proporcionaron su primera beca y son su principal obsesión. De hecho está trabajando en la creación del compendio definitivo de las 625 especies de hormigas que se conocen en el mundo.

En su laboratorio, dos recipientes (tupperware) de plástico, unidos por una franja de cartón curvado y en cuyo interior hay tubos de ensayo llenos de algodón para facilitar la creación de nidos, albergan una colonia de Pheidole Rhea, una especie de hormigas que vive en el sur de Arizona.

Wilson sopla sobre el hormiguero, lo que alerta a los soldados sobre un posible peligro. Las cabezas de algunas son considerablemente más grandes. «Son los supersoldados», dice con evidente fascinación.«Aparte de proteger a la colonia y de machacar granos, nadie sabe qué otra función cumplen».

El estudio de las hormigas podría parecer una disciplina de poca importancia en lo que respecta a la biodiversidad del planeta. Sin embargo, en gran medida, se debe a la erudición de Wilson que el anuncio, la semana pasada, del descubrimiento de un nuevo orden de insectos el primero desde 1915 , haya sido acogido como un gran hallazgo equiparable al de encontrar vivos un mastodonte o un tigre prehistórico.

Los insectos, de los que hay más de 1,2 millones de especies conocidas, representan más del 80% de todos los seres vivos de la Tierra, y Wilson ha aprovechado el descubrimiento de las depredadoras Mantophasmotodea para destacar este extremo: «Si los seres humanos desaparecieran mañana el mundo continuaría, pero si desaparecieran los invertebrados, dudo que la especie humana durara más de dos o tres meses».

Wilson es muy consciente de que la incesante acumulación de muy malas noticias sobre el estado y las perspectivas del planeta nos ha acostumbrado a imaginar escenarios catastróficos. A pesar de las aparentes pruebas de que el clima no sólo está cambiando, sino de que ya ha cambiado, y de que la biodiversidad se ve más amenazada que nunca, da alguna esperanza de que podamos resolver el problema si tomamos las decisiones acertadas... Si queremos.

35.000 MILLONES
Conservation International, organización ecologista con sede en Washington DC, ha calculado recientemente lo que costaría proteger la biodiversidad para mantener la salud del planeta: 31.000 millones de dólares (35.000 millones de euros). Esta suma, una mínima fracción del poder económico del planeta y más o menos equivalente al coste de la guerra contra el terrorismo, podría abrir definitivamente un paraguas protector sobre la mayor parte de las especies amenazadas del mundo. «Mi mayor esperanza es que, cuando haya pasado la tormenta de esta guerra, los líderes de las naciones aprovecharán esta sensación de urgencia. Creo que será una sucesión lógica de acontecimientos».

En The Future of Life, Wilson describe lo que él llama el «cuello de botella», la combinación del crecimiento poblacional, «que afecta más a las bacterias que a los primates», con un consumo desenfrenado. «Cuando la población mundial superó los 6.000 millones de habitantes sobrepasamos 100 veces la biomasa de cualquier otra gran especie que haya existido en el planeta. Al igual que el resto de los seres vivos, no podemos permitirnos continuar así otros 100 años».

Al mismo tiempo, el consumo de energía y de recursos naturales la «huella ecológica» necesarios para proporcionar a la población un nivel de vida occidental está excediendo los recursos de la Tierra. Si continuamos por esta senda, en el año 2100 serán necesarios cuatro planetas para mantener el tipo de vida que conocemos.

Con manos notablemente delicadas y con la soltura del escritor nato, Wilson ha entretejido los hilos de sus conocimientos. «Los seres humanos se han adaptado, por efecto de la selección natural de Darwin, a tomar decisiones a corto plazo y a centrarse en cuestiones locales», señala tristemente. «Por tanto, nos organizamos en tribus, centramos nuestros intereses en estos grupos sociales y planificamos las actividades de estas unidades durante un periodo de tiempo corto».

Si se trata de salvar la biodiversidad de la Tierra, Wilson reconoce que resulta difícil que los habitantes de Pennsylvania o de Sussex se preocupen por un bosque de Gabón o de Perú. «La especie humana no es una especie altruista. Nunca ha habido una especie altruista y esto es realmente lo importante. Darwin tenía mucha razón. Nos relacionamos con los demás por un principio de reciprocidad. Por eso nos parece natural otorgarle a los héroes medallas, pensiones y reconocimientos públicos».

DURAS CRÍTICAS
Desconcierta al experto nuestra relativa falta de interés por proteger el planeta. A diferencia de la pérdida de la capa de ozono o del cambio climático, el proceso de extinción (la posible pérdida de la mitad de las especies del mundo a finales de siglo) es irreversible.

Con poco más de 70 años y suficiente salud para continuar su trabajo de campo (actualmente se dedica a estudiar las hormigas amberhead en la República Dominicana), Wilson es objeto de duras críticas provenientes de los promotores de la ideología económica conservadora. «Tienden a rechazarlo todo con sus desmentidos», dice con desdén.

Incapaces de ver más allá de la ley de la demanda y la oferta, han perpetuado, según Wilson, la ilusión de que contamos con la riqueza necesaria para proteger la economía y el medio ambiente. Sin embargo, para mantener este engaño estamos fomentando la destrucción de hábitats en países en desarrollo, que a menudo son los de mayor riqueza biológica. «A quienes piensan que la situación no es tan grave como parece, sepan que lo es. Es posible que la desaparición del rinoceronte de Sumatra no le saque de la cama por la mañana, pero la extinción de un millón de especies debería hacerlo», afirma.

«No podemos imaginarnos a la actual Administración adoptando una postura a largo plazo, ayudando a reconstruir la economía de países del Tercer Mundo ni salvando sus recursos naturales. No pueden hacerlo porque el pueblo estadounidense no lo comprendería. No podría entender la importancia que tiene la protección de un gran bosque en Liberia. Al menos, de momento, no lo entiende».

COMPRAR EL PLANETA
Aunque la situación es frustrante, Wilson ve algunos motivos para el optimismo. En la década transcurrida desde la publicación de La diversidad de la vida, se ha afirmado en su convicción de que las organizaciones no gubernamentales pueden cumplir una función muy importante, adelantándose a promotores y constructoras en la adquisición de «puntos calientes» de biodiversidad.

Aunando los esfuerzos de algunas de las personas más ricas del mundo y de instituciones ecologistas para crear organizaciones de respuesta urgente, Wilson ya ha conseguido salvar grandes extensiones de Madagascar, de la cordillera de los Ghats occidentales, de Surinam y de la zona tropical de los Andes, con inversiones moderadas.

Dada su tendencia natural a la síntesis la búsqueda del orden en el desorden , Wilson comenzó estudiando el comportamiento de las hormigas, pero ha llegado a un destino extraordinariamente expansivo. No obstante, al final siempre vuelve a su gran pasión: las hormigas, y sopla de nuevo sobre su colonia de Pheidole Rhea. Una vez más, las hormigas soldado aparecen, dispuestas a luchar, aunque su verdadera función sigue siendo un misterio cautivante.


 

 
LAS ARGENTINAS INVADEN EUROPA

Unos 1.000 ejemplares debieron de llegar a Europa hace unos 100 años, escondidas en las plantas que transportaban los buques de carga. Hoy nadie sabe el número exacto de hormigas argentinas (Linepithema humile) que invaden el Sur de Europa (han de ascender a decenas de miles de millones), pero sí que se han convertido en una verdadera plaga y que ocupan una franja costera de 2.400 millas (unos 4.000 kilómetros) que se extiende desde Galicia hasta Génova, Italia. Han creado una supercolonia posiblemente la mayor organización de seres vivos en todo el planeta cuyo modo de comportamiento trae de cabeza a los científicos. Las hormigas de la misma especie procedentes de colonias rivales suelen luchar a muerte. Si colocamos en un tarro dos hormigas argentinas de hormigueros distintos, es casi seguro que lucharán hasta que una muera. Pero en Europa, en lugar de enfrentarse, colaboran entre sí, se intercambian obreras y, así, han llegado a dominar el ecosistema de los insectos en la zona que ocupan. Veinte especies de hormigas locales han tenido que replegarse, o morir, ante la ofensiva de las suramericanas. Esta semana, un grupo de científicos suizos, franceses y daneses decían, en un artículo titulado Proceedings Of The National Academy Of Sciences, que «forman la mayor sociedad cooperativa que jamás se ha descubierto».Las hormigas argentinas comen prácticamente de todo, pueden introducirse en un bote colándose por la rosca de la tapa y son increíblemente fuertes. Si agrandáramos una hasta la escala humana, sería capaz de recorrer 1.600 metros en cuatro minutos, cargando más de 250 kilos. Se calcula que en todo el mundo hay 168.000 hormigas por cada persona y que representan una cuarta parte de la biomasa de la jungla amazónica. El peso de la población mundial de hormigas es mayor que el de todos los grandes animales de África y que el de todas las ballenas que hay en el mundo. Aún no está claro exactamente qué ha permitido a las hormigas argentinas convertirse en una fuerza invasora tan formidable. Son muy agresivas. Pueden destruir nidos de avispas, colmenas e incluso colonias de termitas. En EEUU se les considera responsables de llevar al borde de la extinción a una especie de lagarto poco común. Los científicos que han redactado el citado artículo pensaban que todas las hormigas descendían de unos pocos ejemplares. Al tener semejanzas genéticas, se reconocían a través del olfato, y por eso no luchaban entre sí. Pero no era así. Para el científico suizo Laurent Keller, las hormigas han sufrido lo que él llama una «limpieza genética».Tras su desembarco en Europa, se extendieron tan rápidamente que sus colonias se multiplicaron y crecieron tan cerca unas de otras que podían formar parte de más de un nido a la vez. Así, la colonia, la unidad máxima de cualquier sociedad de insectos, pasó a ser una supercolonia.